LA INEVITABLE TENDENCIA A UNA VISIÓN COSMOPOLITA

Origen: Pixabay
Manos

LA INEVITABLE TENDENCIA A UNA VISIÓN COSMOPOLITA.

Lic. Pablo A. Gambandé

Proyectar Nación


El fenómeno BREXIT, y en menor medida el fenómeno Trump, ayudaron a elevar la atención sobre varias ideas relacionadas a: migraciones, democracia, medios de comunicación y las demandas sociales, entre otras cuestiones que nos permitieron identificar dos movimientos ideológicos contrastados: 1) el tradicional nacionalismo, hoy representado por el Brexit y por Trump, y 2) la existencia de una visión cosmopolita del mundo. Idea que, hasta ahora, estaba fuera del entendimiento de la opinión pública en general y a la cual la política actual no puede dar respuesta adecuadas.

Desde Proyectar Nación queremos acercar una visión del mundo que viene. Del mundo que pretendemos. Visión, que no siendo nueva, creemos debería hacerse masiva para acelerar algunos cambios en el mundo que vivimos.

Esta conceptualización está marcada por una toma de conciencia y responsabilidad en la vida cotidiana que, como ciudadanos o políticos, deberíamos tener en cuenta. A su vez, ese “tomar conciencia” es elegir una posición dentro de un eje que tiene en un extremo: el ser un ciudadano cosmopolita y en el otro: ser un ciudadano con preferencias nacionalistas.

Es claro que, entre ambos extremos, existen innumerables posiciones sociales, políticas y económicas que al modificarse reconfigurarán las propias posibles alternativas constantemente pero, como ciudadanos participativos de la vida de una nación, debemos definir nuestra tendencia hacia el mundo en el que queremos vivir. No decimos que debemos ser extremistas, pero sí que debemos tener en cuenta nuestra tendencia.

Al dialogar entre colegas de Proyectar Nación, un punto que nos llevó a debate fue si podemos hablar de “Sociedad Cosmopolita” y si bien en un primer momento creíamos que si existía dicha sociedad, luego de analizar posibles definiciones, concluimos que tal sociedad no existe. Lo que existe son individuos aislados, o pequeños grupos que tienen preferencias similares respecto a las libertades y derechos que no pueden alcanzar, que no son garantizadas por no estar legisladas y tampoco, a pesar de esa ausencia legal, no han buscado organizarse en número suficiente como para lograr una tendencia a satisfacer esos objetivos y demandas, es decir, no se asociaron a nivel global.

Esa falta de normativa común y la carencia de asociaciones que engloban a los cosmopolitas nos deberían hacer pensar en las dificultades que hay que superar siempre que aparece una nueva demanda por derechos que impactan contra los principios y derechos de los Estados.

En el caso de los ciudadanos cosmopolitas, sus demandas de mayor integración mundial, movilidad humana y de bienes (entre otras demandas) apuntan al aumento de las libertades ciudadanas y del bienestar. Impactando directamente contra la soberanía y la seguridad de los Estados y también contra las costumbres de gran parte de sus connacionales.

Ese choque es la clave en “parte del mundo” que viene. La visión cosmopolita vs. la idea tradicional de estado-nación. Decimos “parte del mundo”, porque las primeras olas de demandas de cambio se están dando en Europa antes que en otros lugares del mundo.

Antes de continuar pensando el mundo en relación a los ciudadanos cosmopolitas, trataremos algunos conceptos que nos permitirán ordenar lo expuesto hasta el momento.

Lo ‘cosmopolita’ se refiere al “ciudadano del mundo”; a una persona que viaja por diferentes países y está abierto a sus culturas y costumbres, como también a lugares donde existe un gran número de ciudadanos de diferentes orígenes. Sea que vive o está en tránsito por ese lugar.

Esto nos lleva a pensar que las ciudades son quizá los lugares más cosmopolitas. Pero no todas las ciudades del mundo. Solo aquellas que reciben migrantes y turistas en gran número y además forman parte de un país democrático. Un crisol racial y cultural. Por ello, Europa es una de las primeras zonas de la Tierra donde surge con mayor fuerza esta idea que puede terminar transformando Estados.

Aquí comenzamos a ver el primer impacto de los extranjeros contra el Estado. Ponen en relieve la artificialidad de éste ordenamiento sociopolítico como también de las ideas, y límites, de conceptos tales como nacionalidad y derechos reconocidos según uno sea nacional o extranjero. Los derechos de unos (los nacionales) en aceptar o no al extranjero, en darle la nacionalidad o no. Creemos que la libre elección de nacionalidad debería ser un derecho universal, entendiendo las complejidades que surgirían de ocurrir una movilidad humana mayor.

En nuestro país, y en la región latinoamericana, pensar una sociedad más integrada nos lleva a pensar en la actividad llevada adelante por las iniciativas de integración política recientes (UNASUR, CELAC, etc.) todas con la idea de crear una “identidad latinoamericana”, no una nacionalidad regional. También podemos pensar cuáles serán los Estados que se pueden integrar más rápidamente, examinando mentalmente diferentes perspectivas: principalmente la cultural y la económica de unos y otros países regionales.

Argentina, desde lo cultural, aparenta tener la facilidad de integrarse a países como Uruguay, Chile, Bolivia y Paraguay. Sin embargo, esa integración carecería de fuerza real dado que las sociedades de esos países mantienen fuertes diferencias ideológicas en lo social y cultural. La integración actual que parecería más natural sería con Brasil, es decir, por un interés de integración económica que incluya la movilidad humana.

Esto nos lleva a pensar entonces que el capital es mucho más cosmopolita que los ciudadanos. Para comenzar a solucionar esta diferencia creemos que hay que trabajar desde lo político y educacional, tanto a nivel regional como doméstico, a fin de que los esfuerzos de crear identidades que van más allá del “soy argentino”, “soy chileno”, etc. nos hagan percibir e identificar que somos parte de algo más grande. Somos ciudadanos del mundo antes que latinoamericanos.

Entonces, podemos plantear que la educación formal, planeada y dictada por los Estados, llevará como consecuencia a ver el mundo a través de una óptica específica a los nacionales de ese Estado. En las clases de historia dictadas en la mayoría de los colegios de nivel primario de los países latinoamericanos, al momento de estudiar la ruptura del pacto colonial y el desmembramiento de los virreinatos, se enseña que cada país perdió territorio en relación a sus países vecinos, cosa que no es así dado que cada virreinato contenía las diferentes nacionalidades que luego formarían los Estados que conforman hoy a la mayoría de los denominados países latinoamericanos. Esa educación inicial direccionada a favor de la idea de la Nación y el Estado, se verá alterada, con suerte, recién cuando las personas llegan a ser adultos. Es decir, cuando ya no son obligados a estudiar ciertos textos y comienzan una autoeducación o una educación superior que les permite tener diferentes opiniones.

Esa educación por elección complementada con posibilidades de tener experiencias diferentes con el mundo que lo relacionen y lo pongan en contacto con lo extranjero, hará que un pequeño número de individuos tenga preferencia y mayor tolerancia hacia lo diferente, lo extranjero, lo cosmopolita.

No solo el fenómeno de la globalización acelera y aumenta esos cambios mentales, sino también el leer, viajar, estudiar, permitirán a las personas desarrollar una tolerancia mayor a lo diferente. De ahí la frase de Unamuno “el racismo se cura viajando” y, nosotros agregamos “conociendo”. Viajar. Conociendo por la vida. Identificando todas las artificialidades humanas que nos ordenan y pacifican pero que a la vez nos limitan la libertad y que muchas veces se estatizan en el tiempo para ser empleadas para asegurar el poder y el beneficio de unos pocos, actualmente la clase política, que son las nuevas élites de los Estados. Esa estabilidad que alcanza a unos pero excluye a otros es lo que se tiene que cambiar.

Algunos identifican a los cosmopolitas como una élite. Pero creemos, que de ser así la característica rectora de ese grupo no es el dinero sino la educación. Viajar, educarse, ser tolerante, poder integrarse al otro, requiere primero una capacidad de razonamiento antes que poseer dinero para adquirir esas virtudes.

Ahora analicemos brevemente a los nacionalistas, o más bien decir los localistas. Saliendo de las grandes ciudades y pensando en los pueblos y pequeñas ciudades podemos identificar que la mayoría de los lugareños no tienen el gusto por viajar, son reacios a lo extranjero y sus lealtades se encuentran en el lugar de nacimiento, donde sus abuelos, padres e hijos se han criado y es donde morirán. Representan la mayoría de las mentalidades del mundo. Pero en algunas partes del mundo, como en Europa, no tienen el Poder. Bruselas define el camino hacia lo cosmopolita y la juventud europea parece aceptar ese camino.

Son las dos visiones de lo que se enfrenta en este mundo globalizado. El conflicto entre ambas formas de ver el mundo está en pie. La globalización, la tecnología, los medios de comunicación y los medios de transporte achican el mundo e igualan demandas e ideas. La transformación de los Estados modernos, en su componente gobierno, es inevitable. ¿Hacia qué tipo de orden sociopolítico vamos y cuál es nuestro rol en este cambio es lo que nos preguntamos? Por eso, creemos que es importante recordar la idea la eje con los dos extremos: cosmopolita y nacionalista, y lo importante de nuestra posición dentro de él durante nuestra vida.

Por otro lado, y volviendo a la Argentina, podemos observar que el movimiento cosmopolita no tiene fuerza y tampoco es un fenómeno que implica soluciones o análisis políticos o sociales al corto plazo y que será fácilmente asociado por la mayoría de los lectores con el movimiento anarquista.

Podemos arriesgarnos a sostener que la misma situación se dará en la mayoría de los países latinoamericanos. Pero sabemos, por haber viajado por nuestra región latinoamericana, que un cruceño, un shuar, un caraqueño, un paulista o un cordobés, por nombrar algunas identidades, presentarán reticencias para integrarse con las comunidades vecinas, con lo extranjero.

Ahora, si observamos a los gobiernos latinoamericanos autodenominados nacionalistas y populistas, y también observamos a sus movimientos políticos sociales, se puede identificar que a pesar de ser nacionalistas, últimamente han sido los que más han realizado por crear esa identidad plural. La identidad latinoamericana, es decir, una identidad regional que va más allá de los intereses de una nación. Podemos pensar así que, en latinoamérica, el regionalismo parecía ganar fuerza por sobre el nacionalismo.

El tema es complejo y tiene un gran número de aristas para analizar, con esta opinión invitamos al lector a hacer su propio análisis del mundo y cuál es su posición en él. Como siempre invitamos a los lectores a participar.

Algunas conclusiones y recomendaciones:

No existe una sociedad cosmopolita, lo que existen son ciudadanos con demandas similares, esparcidos en diferentes lugares de la tierra.

Esas personas, actualmente no tienen derechos garantizados en la sociedad internacional. Quizá un nuevo área dentro de las Cancillerías, tanto de Argentina como de otros países, organizadas a través de las Naciones Unidas u otra Organización Internacional Gubernamental (OIG), deberían comenzar a estudiar y proponer soluciones a este fenómeno y a las demandas de una minoría que seguramente irá en aumento a medida que: su número, la tecnología y la globalización aumentan.

En los países europeos, se continuarán dando eventos de violencia y terror contra el orden y la superioridad de jure y de facto de los Estados lo que acelerará respuestas tanto en el sentido de aumentar la seguridad como en el de comenzar a analizar las demandas de las minorías que no logran integrarse.

En países desarrollados pero no tan cosmopolitas, como los Estados Unidos o Japón. La sociedad cosmopolita no encuentra grandes limitaciones a sus demandas. Por ello la aparición de actos de violencia de los localistas hacia lo diferente, como en el caso de Estados Unidos. En cambio, en el caso de Japón, los cosmopolitas no serían suficientemente numerosos como para resaltar.