Lic. Agostina Salman

El vocablo Brexit deviene de dos palabras inglesas: Britain (Gran Bretaña) y exit (salida). Britain refiere al país de países: United Kingdom (Reino Unido) of Great Britain (de Inglaterra, Escocia y Gales) and Nothern Ireland (e Irlanda del Norte). Ahora bien, de dónde es que salen estos cuatro países independientes: de la Unión Europea. ¿Cómo? A través de un referéndum o plebiscito, sometiendo la decisión al voto popular. Cuándo y por qué, entre otras cosas, es lo que conoceremos a continuación.
El término Brexit inunda las redes sociales y espacios periodísticos, pero no es algo precisamente actual: se habla sobre una salida de Gran Bretaña desde su misma pertenencia a la Comunidad Económica Europea en 1973 -16 años después de que fuera creada con el Tratado de Roma en 1957-. Dos años después de la adhesión a la entonces CEE, Reino Unido ya había celebrado un referéndum, el primero en la historia del país, sobre su permanencia o no en la institución. En ese entonces, la gran mayoría de la población apoyó la idea de continuar. Más tarde, la frase «queremos nuestro dinero de vuelta» trascendería a la historia en boca de Margaret Thatcher, quien pidió a la CEE que ajustara las contribuciones de su país o retendría pagos de los impuestos al valor agregado en la circulación de mercaderías.
En 1986 con España y Portugal recién integrados al proyecto europeo, los miembros del bloque firmaron el Acta Única Europea, primera gran revisión del Tratado de Roma, en miras de crear un mercado interior con libre circulación de personas, mercancías y servicios. Las palabras de Thatcher al respecto fueron: «No hemos revertido exitosamente las fronteras del Estado en Reino Unido para verlas reinsertadas a nivel europeo, con un súper-estado ejerciendo un nuevo dominio desde Bruselas». Cuatro años más tarde, Reino Unido abandona el mecanismo de tipos de cambio que daría vida al euro. En su libro Statecraft (El arte de gobernar), Thatcher aseguró que la moneda única europea era un intento de crear un súper-estado que fracasaría económica, política y socialmente. Reino Unido tampoco accedió al Acuerdo de Schengen, de 1995, un tratado internacional a través del que varios países europeos suprimieron los controles entre sus fronteras, conocido como espacio Schengen.
Lo que llevó a Londres a unirse al grupo fue el mercado común; mientras más amplio se volvía, más podrían beneficiarse. El gobierno laborista encabezado por Tony Blair se convirtió en uno de los grandes impulsores de una ampliación del bloque hacia el este del continente, y gracias a la influencia británica y el visto bueno alemán, el número de miembros de la UE pasó de 15 a 25 en 2004, incorporando, entre otros, a Polonia, República Checa y los países bálticos, creando así un espacio político y económico de cerca de 450 millones de personas.
La mayoría de los Estados miembros establecieron un período de transición antes de abrir sus fronteras a los trabajadores de los nuevos integrantes del club, con la excepción de Irlanda, Suecia y Reino Unido, que las abrieron de inmediato y sin restricciones. Esto hizo que muchos de los británicos sintieran que estaban siendo amenazados por un contingente de trabajadores que cobrarían menos que ellos por el mismo empleo. Para muchos, el Reino Unido nunca ha realmente creído en una integración europea plena, pero lo cierto es que las migraciones marcaron el euroescepticismo tanto en su población como en su clase política -en pos de satisfacer las demandas e inquietudes del pueblo votante-. Entre otras cosas, la pertenencia a la UE implica la aceptación de las llamadas «cuatro libertades fundamentales»: la libre circulación de trabajadores, mercancías, servicios y capitales. Y el principal argumento de la campaña a favor de la salida fue que con el Brexit los británicos iban a recuperar el control sobre sus fronteras, lo que permitiría un mejor control de la migración.
Un gran porcentaje de las multinacionales con presencia en Europa escogió Londres para montar su sede principal. Con el Brexit, la UE no solamente pierde un miembro, sino su segunda economía más importante, que representaba cerca del 15% de su PBI y contribuía notoriamente a su presupuesto. También pierde un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y un estado cuya capital es uno de los mayores centros financieros del mundo.
En una entrevista a la BBC, Jean Pierre Maury, director adjunto del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas con sede en París, exclamó que Reino Unido se integró a una parte de la unión, la relacionada con el libre comercio; pero siempre se mostró incómodo con una integración mayor. Para él, la salida de Reino Unido del bloque es una ocasión oportuna para fortalecer la competitividad de sus países y atraer aquellos negocios instalados actualmente en Londres. Lo mismo otros países como Alemania y Holanda. También, en otro nivel de análisis más político que económico, puede que sin Reino Unido los dirigentes de la UE se vean obligados a comunicar objetivos de manera más clara a sus ciudadanos y establezcan mejor sus prioridades, lo que podría reforzar su carácter democrático -sin el contrapeso de la probable negativa británica-.
Siguiendo el siguiente cronograma, y considerando las extensiones ocurridas, hoy estamos en un momento de transición clave para la futura relación Europa-UK.

Durante este periodo, Reino Unido seguirá acatando las normas de la UE y contribuyendo a su presupuesto, permanece en la unión aduanera y en el mercado único pero no en las instituciones políticas y parlamentarias. La negociación en pos de un acuerdo comercial es una de las cuestiones más urgentes y dictará la agenda política. UK quiere que sus bienes y servicios tengan el mayor acceso posible al bloque europeo pero dejó claro que abandonará la unión aduanera y el mercado único, y que deberá poner fin a la jurisdicción general del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Un acuerdo de libre comercio permitiría que los bienes británicos circulen por la UE sin chequeos o cargos adicionales. Si no negocia y ratifica un nuevo acuerdo a tiempo (para fines de año), Reino Unido se enfrentará a la posibilidad de que le impongan aranceles sobre sus exportaciones. Lo cierto es que ningún divorcio es gratuito: la factura asciende a unos US$39.000 millones, la mayor parte se pagará en 2022 -aunque habrá pagos menores hasta la década de 2060-, y se contribuirá a todos aquellos compromisos asumidos cuando aún era miembro del bloque.
También deben gestionar acuerdos en una serie de áreas en las que se requiere cooperación: orden público e intercambio de datos y seguridad, normas de aviación y seguridad fronteriza, acceso a aguas, suministro de electricidad y gas, licencias y regulación de medicamentos, entre otras. Por ejemplo, el país abandonará la orden europea de detención y entrega, un procedimiento judicial simplificado y transfronterizo que facilita los procesos judiciales: las órdenes de detención europeas emitidas por las autoridades judiciales de cualquiera de sus países miembros son válidas en todo el territorio de la Unión Europea, pero ahora esa ley deberá ser reemplazada por una orden internacional.
Hoy, el foco de conflicto está en la puerta de al lado: Irlanda del Norte. Rafael Behr, columnista de The Guardian, ha calificado al Brexit de Boris Johnson literalmente como una estafa. Algunas declaraciones sobre aranceles, aduanas y controles fronterizos en los puertos del Mar de Irlanda han cambiado desde la aprobación del Brexit el pasado enero. Pareciera no haber forma real de ejecutar en términos de políticas lo que se prometió en campaña; algo también reflejado en el mandato de Theresa May, predecesora de Boris, conservadora y segunda mujer en su cargo después de Thatcher. Su gestión se encontró en la brecha entre dos ideas incompatibles de Europa: el enemigo representado por los dibujos animados de algunos periódicos anti Bruselas, y por otro lado las instituciones reales, valoradas por todos los primeros ministros del Reino Unido hasta el actual. Al incumplir los términos de un tratado negociado con esas instituciones, el proyecto de ley de mercado interno de Johnson da lugar a una nueva relación UE-UK.
El 56% de los norirlandeses votaron a favor de la permanencia en la UE. Cientos de caminos y vías fluviales se entrecruzan entre Irlanda e Irlanda del Norte en sus 500 kilómetros de frontera invisible. La única distinción para saber en cuál de los dos países se encuentra uno, es el color de las señalizaciones en las rutas -amarillas en Irlanda y blancas en Reino Unido- y las señales de tráfico que indican kilómetros o millas. El Acuerdo de Paz firmado en 1998 con la mediación de Londres y Dublín eliminó todas las infraestructuras fronterizas construidas durante los 30 años de troubles, los sangrientos enfrentamientos y violencia en gran escala entre católicos y protestantes. Tras el acuerdo, los ciudadanos de la República de Irlanda e Irlanda del Norte pudieron moverse libremente entre ambos países, y la venta de bienes y servicios tuvo pocas restricciones ya que ambos pertenecían al mercado común europeo y la unión aduanera, con una exitosa cooperación transregional. Pero esto cambia con el Brexit, dado que la República de Irlanda se convertirá en la única frontera terreste de la UE con Reino Unido.
¿Por qué es la frontera entre las dos Irlandas el punto más espinoso del Brexit? Porque ambos países quedarían en dos regímenes distintos, lo que implica que tanto las personas como las mercancías sean inspeccionados en la frontera, algo que no parece deseable pero es difícil de evitar si los británicos abandonan el mercado único y la unión aduanera. Si después del periodo de transición, para el próximo diciembre, Londres y Bruselas no firman un acuerdo comercial, Irlanda del Norte quedaría sometida a algunas normas de la UE. A nivel político, la Comisión Conjunta Norte-Sur de Irlanda advirtió que establecer controles en la frontera rompería el consenso de 1998 y llamó a los políticos a «reflexionar sobre sus responsabilidades».
La UE propuso a finales del año pasado la creación de una red de seguridad. Buscaba evitar la división de la isla con controles o infraestructuras físicas en la frontera y planteó, como último recurso, mantener a Irlanda del Norte dentro de la unión aduanera y del mercado único -el resto de Reino Unido no-. Tras meses de silencio, se acabó proponiendo una alternativa a esa red de seguridad: mantener todo Reino Unido en la unión aduanera de manera temporal, pero sin hacer mención al mercado único. Hoy, Boris habla de establecer la aduana en el mar de Irlanda y que Irlanda del Norte permanezca en la unión aduanera británica y alineada con el mercado interior de la UE exclusivamente en bienes. Sin embargo esto sería provisional, ya que debe ser ratificado cada 4 años por el Stormont (Parlamento autónomo norirlandés) y puede cambiar en función del acuerdo comercial que acaben firmando Londres y sus antiguos socios europeos.
El backstop entraría en vigor como «último recurso», en el caso de que ambas partes no consigan acordar su tipo de relación futura. Si bien la juventud norirlandesa ha vivido el resultado de la paz, el mayor temor en la sociedad es que la violencia retorne. Ya han habido protestas contra el Brexit en la frontera entre las dos Irlandas, en las que estuvieron presentes líderes del Sinn Féin, antiguo brazo político del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y principal representante de la comunidad nacionalista católica. Los norirlandeses son consientes de la desmejora económica y la disparidad entre cada país en ventaja de Inglaterra.

El gobierno británico ha promovido la idea de recuperar un país global que le permita retomar su liderazgo en el mundo, con cierta nostalgia colonialista. En un año como este, con una pandemia de por medio y los pormenores internacionales (Barbados, Gibraltar, entre otros), Inglaterra planea recuperar su propio plan político y económico. En materia de inmigración, aquellos inmigrantes potenciales que no hablen inglés o no estén calificados para algún empleo, no obtendrán visas para ingresar y trabajar. El nuevo proceso de asignación de visas estará basado, de acuerdo a la propuesta, en un sistema de puntos por el que hablar el idioma, tener una oferta de empleo dentro del país y demostrar una cualificación serán requisitos.
Mientras tanto, la controvertida Ley sobre mercado interno, que le otorga al gobierno de Boris Johnson el poder de anular parte del acuerdo del Brexit, ha superado su primer test parlamentario. La norma rompería la llamada salvaguarda irlandesa, que busca evitar la creación de una frontera física entre las dos irlandas, única frontera terrestre que tendrá el Reino Unido con la UE. Como vimos anteriormente, el acuerdo del brexit retira a todo el Reino Unido de la unión aduanera, pero sigue dejando a Irlanda del Norte dentro de la normativa comunitaria, sobre todo en lo relativo a bienes, para garantizar que todo lo que llega del Reino Unido a los consumidores de la UE cumple con las exigencias de calidad del mercado único. Si Jonhson consigue aprobar esta ley, estaría violando un tratado internacional (el Brexit).
¿Podrá Reino Unido mantener la paz entre sus miembros, y obtener más del resto del mundo de lo que pierde de la UE?