DESESTABILIZANDO EL PATRIARCADO, ESTABILIZANDO RELACIONES

Desestabilizando el patriarcado, estabilizando relaciones:

ADRE, agente de ruptura e incorporación

Proyectar Nación

por Ildefonso Correas Apelanz (M.S./M.A.)


 

  • Introducción.

El presente artículo se desdobla en dos textos diferentes tendientes a originar un diálogo entre ambos y desde dicho diálogo una ruptura del patriarcado en el seno mismo del imaginario ‘familia’ y consecuentemente fragmentar y/o flexibilizar las fronteras de nuestra sociedad patriarcal y machista. Ambos textos nacen desde la contemplación de lo propio, con el objetivo de compartir por un lado el conflicto y por otro, una tentativa alternativa al mismo. Las categorías humanas, las etiquetas que colocamos sobre los otr@s así como sobre nosotr@s mism@s, nos impiden muchas veces escuchar que los desafíos personales pueden tener, si nos damos la oportunidad de conversar atentamente, orígenes concomitantes que converjan en áreas de unidad comunal. Desde esta concepción, y desde “Proyectar Nación” creemos que es vital indagar acerca de nuestra condición humana y, como dicha condición temporal nos provoca la necesidad de buscar esferas de comunicación para un entendimiento mutuo que promueva espacios de incorporación, legitimización y reconocimiento de y para tod@s.

IMG_2221Desde esta necesidad de concretar nuevas posibilidades de incorporación es que nace el concepto de «ADRE». Aún sin toda la concepción teórica necesaria, creemos que el concepto es más importante que la construcción académica del mismo. Será parte de nuestra tarea, entre los que colaboramos en “Proyectar Nación”, indagar los fundamentos que se conviertan en pilares de una idea completa. Sin embargo, es importante abrir el foro de discusión teórica y no cerrarlo. Es importante descolonizar los ambientes de estructuras con jerarquías que controlan y perpetúan las desigualdades de género, por ejemplo, y que no solo preservan estructuras de poder colonialista, sino que también afectan a las mujeres y los hombres, a los homosexuales y los heterosexuales, a tod@s nosotr@s de diferentes maneras y formas. Es importante (re)configurar los espacios comunes de contacto y concebir los bordes del patriarcado como límites que deben ser borrados por medio del cruce permanente de roles e identidades. Asimismo, es sumamente trascendental que las expresiones binarias, que contraponen cierto antagonismo, se desintegren de manera tal que (re)construyamos líneas continuas de horizontalidad para debilitar (¿será posible desaparecerlas?) las jerarquías de poder que emanan de las estructuras verticales.

La liberación que proponemos, se logra por medio de estrategias de resistencia porque en ese acto rebelde nos (re)escribimos para (re)leernos en voz alta. Esa operación de fisura que construimos desde nuestra escritura, en conjunto con otr@s que están haciendo lo mismo desde sus variadas posiciones críticas, confirman que podemos y debemos continuar en el camino hacia relaciones de igualdad. La experiencia personal en paridad con las experiencias del grupo que conformamos, en función de una comunicación más solidaria de la sociedad argentina, nos lleva a la necesidad de publicar este artículo.

Esta es una mirada hacia dentro primero y luego hacia los demás, hacia ese otr@, que como nosotr@s también tiene la necesidad de hablar. Estas son nuestras palabras que aunque no lo dicen todo, una vez puestas en libertad, si así el lector lo considere, quedan expuestas a la reflexión y el debate que Usted crea necesario compartir.


 

  • Yo soy un adre, ¿y vos?

Mi nombre es Ildefonso Correas Apelanz, tengo 41 años y este es mi testimonio: soy un adre desde que nació mi hijo, el primero de octubre de 2011. Soy adre full-time; como muchas adres mujeres que conozco, tuve la oportunidad, a veces forzada otras veces por opción, de decidir cuidar a mi hijo como principal actividad en mi vida al momento. Para eso, debí tomar varias decisiones que facilitaran la tarea de ser adre a tiempo completo; de poder criar a mi hijo y darnos a ambos la posibilidad de mantener una relación entre adre e hijo que superara los desafíos que en general tienen los hombres para encarar sus funciones como adre.

Qué significa entonces ser un adre, se preguntarán. He decidido hablar de adre y no de padre o madre porque quisiera, al menos en estas líneas, desestabilizar el patriarcado y la heterosexualidad en el concepto y en el imaginario de la familia y la crianza de l@s hij@s. Es mi intención plantar una semilla que no sólo me permita decir que soy adre a tiempo completo, que mi currículum vitae tiene un espacio encomendable pero no reconocido, o peor aún, cuestionado; dado que en apariencia, ese espacio de relaciones entre adres e hij@s no está ni remunerado ni reconocido socialmente.

Bajo estas líneas que expongo, doy a conocer una realidad que debo conciliar con trabajos de apuro, educación, y una permanente (re)configuración y (re)consideración de lo que significa ser hombre, ser heterosexual y ser (p)adre.

Desde la perspectiva posmoderna de S. Hall en su conceptualización de identidades, la mía está en constante desarrollo, aunque miro un espejo fragmentado de mensajes contradictorios. En esta articulación queda incorporada la mujer como adre. Desde la conceptualización del imaginario –binario– maternidad/paternidad, se visualiza la imagen paterna cuando esta aparece ligada a las fotos entre padres e hijos como una cuestión de cariño paternalizado por las estructuras del patriarcado. Por contrapartida, la imagen de la madre en este binario aparece como la apropiada, y dicho cariño obedece a una normativa social y biológica. Esta transformación afirma la narrativa que, por su influencia patriarcal, predica la autoridad de madre en la crianza de los hijos. Esto emana desde lo biológico, primero, y desde lo social, después: aunque ambas perspectivas están cíclicamente ligadas por el mismo discurso. De aquí que la construcción del concepto de adres en términos de mujeres o hombres -que no conforman con la heterosexualidad del patriarcado- tengan aún muchos más desafíos para ser reconocidos como tal. La crianza de los hijos se construye dentro del binario materno/paterno que se conforma y articula de acuerdo al sistema patriarcal heterosexual. De esta forma, la familia como concepto, rechaza o reduce los espacios de adres homosexuales, así como la que pudiera provenir de los adres hombres y desde este entorno enmarca a la mujer en lo privado y al hombre en lo público: hogar y trabajo respectivamente.

Desde ya que la consideración de la madre, o la mujer adre, no se construye para eliminar o cuestionar su autoridad y sabiduría en relación a la crianza de l@s hij@s. Por el contrario, sugiere incorporar la idea de mujeres y hombres adres, al imaginario de la crianza, independientemente de su orientación sexual o de su género sugiriendo ser este  un punto de partida de referencia válida para la crianza de l@s hij@s. Esta apertura, complicadamente compleja para much@s, simplemente entendible para otr@s, podría ser el comienzo de un nuevo diálogo de adres que desconfigure la idea del patriarcado, las estructuras y los espacios que mujeres y hombres deben seguir de acuerdo a dicha postura, y la incorporación inmediatas de adres gays y lesbianas que tienen los mismos derechos, obligaciones y conocimiento que el resto de los heterosexuales y demás esta decirlo, el mismo amor por sus hij@s adoptad@s o biológic@s. Por todo esto, por el futuro de una nación de iguales, afirmo:

Yo soy un adre, ¿y vos?

Ildefonso Correas Apelanz (7 de abril del 2015)

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  • (P)adre e Hij@ varón: momento… memoria.

Lo acomodo en su cuna para dormir, me alejo… Despierta. Llorando, desconsoladamente, sólo… Entro al cuarto, palmo su espalda, le arrullo una canción, gastada, que ni sé dónde he aprendido y recién ahora adentra en mis labios para escaparse en pequeñas disfonías. Luego del llanto viene la sonrisa, la mirada alta, la espalda arqueada tanto como su esfuerzo se lo permita. El tire y afloje dura minutos que parecen horas. El reloj redondo e infantil parece trabajar más lento en tales circunstancias; desde arriba, por sobre el placar, siempre es testigo de movimientos precisos y claros sonidos. El desenlace no se hace esperar más: Junior ahora sabe que llorando no logra nada y pone a relucir su mejor sonrisa, de tres meses y semanas. Me hace reír; aunque no quiera, aunque pretenda hacer de ese momento, una moraleja, un aprendizaje: a teaching moment… Lo alzo, saco «una mema» de la heladera, la calienta el agua de goteo delgado -un brazo para él, el otro para todo lo demás-. Nos sentamos en su cuarto, en esa sencillez de la silla de mimbre con tres almohadones que la hacen un tanto más confortable. Lo que viene es lo que importa. Toma su mema, jugamos al «toco y me voy»; uno de aquellos juegos donde, finalmente, la estrategia no tiene resultados. Lo alzo bien, o mejor, y se acomoda a la altura de mi pecho. Los brazos se cruzan formando una cuna humana; ahora sí le doy su chupete.

Los DosJunior se queda, ya sin más energía, desahogado entre mis brazos. Con su pequeña palma abierta, reposada entre el final de mi cuello y el pecho, se hace presente en movimientos casi imperceptibles. «Tic, Tac»; suena el reloj infantil. Mientras su bracito derecho se apega a mi espalda, su carita soñolienta siente el pesar del sueño, y sus ojitos traslúcidos abren y cierran, y vuelven a quedar entreabiertos. Me miran; aquellos dos mares contenidos en círculos azules que el cielo le ha prestado me miran. Me recuerdan a los ojos de la abuela Jorgelina, a los de su padre Jorge; y sí, a los míos… Entretanto dejan de mirar, resisten desesperadamente a perder de vista los míos.

Siento su cuerpecito, sus movimientos efímeros, su sereno respirar, el fino crujido de su boca y el chupete… Aquel sonido está instalado en mi memoria. Le hablo, me mira… Le digo lo mucho que lo amo, que todo va estar bien, que acá esta su papá; que duerma, que necesita descansar (y yo también). Me mira, mientras duerme de a pedacitos, son sólo migajas de sueño que el tiempo recoge. Tres meses y semanas… Suyos, míos.

Lo protejo. Sus párpados cubren poco más de la mitad de los ojos, quienes se esfuerzan para saber que yo estoy ahí, mirándolo, que no lo dejaré. Como si dormir le diera una ansiedad severa de separación entre uno y el otro… Como si esa distancia fuera definitiva…

Lo abrazo más fuerte, vuelvo a prometerle que ahí es donde me quedo. Sus deditos se mueven, su mano derecha busca una posición más placentera, más confortable. Nos quedamos inmóviles, en silencio. Ahora sí: nada se mueve. Hasta el tiempo se detiene. El reloj infantil conserva aquel instante en un pensamiento infinito, para luego proyectar esa imagen y lanzarla al futuro; le da eternidad. Lo inmortal y lo mortal se alinean. Escena intacta, sensación única. Silencio. Y un reloj que aún no avanza. La cuna aguarda vacía. El silencio va cayendo desde arriba… El cuarto nos resguarda… El silencio, lo tangible, lo intangible; todos son testigos. Aquello que existe, aquello que no tanto; entendemos que Dios está presente.

Es uno de esos momentos que jamás llega a reproducirse en la mente tal como ocurre en nuestra experiencia. Hago lo imposible para desdoblarme y concentrarme en el narrador y el narrado (ser lector de la memoria imposible)… Los veo, nos veo, me veo… Padre e Hijo.

“Hola, soy papá”. Habré escuchado esa frase tantas veces… Sólo bastaba con decir «hola». Hola, soy papá… Habré de reiterar algunas cosas… Las buenas, las cuales construyen una imagen que, incluso rota, es la única imagen que vale la pena recordar.

Lo abrazo con más fuerza. Lo amo todo lo que puedo, con todo lo que tengo y lo que no. Dejo todo, con la mejor de las pOaciencias y lo que me queda de creatividad, para conciliar pasado, presente y futuro… Padre e Hijo, Hijo y Padre… Los ecos del «tic, tac» se repiten, pero las escenas no. Siempre habrá nuevas, pero aún así ninguna reemplaza la anterior. No regresan. Sólo existe un presente, éste, y no puede ser reescrito.

Se durmió. Me queda dejarlo en la cuna, y escribir estas líneas que no serán las mismas, o dejarlo dormido en mi pecho. Malcriarlo, por un día, y escribir esto más tarde. Confiar en que la memoria no falle y saber reacomodar la escena con los detalles que el narrador trató adueñarse. Pensar, estar presente dentro del pasado, colorear este retrato con las más apropiadas representaciones. Revivirlo para que no se nos escape de la mente… Son tres meses y semanas. Las imágenes ahí quedan, las palabras faltan, la emoción es grande, las lágrimas no tardan. Ahí es cuando uno sabe que revivirlo es imposible. Quedan baches, vacíos entre segundo y segundo… Alguna que otra mirada ha quedado desplazada. La memoria rota conversa con detalles idealizados. Me levanto, lo veo en la cuna, lo alzo, lo abrazo, y duerme con la calma que nace del contacto, la piel de lo sagrado. El lazo que día a día y con paciencia construimos juntos… Padre e Hijo… Hijo y Padre.

Hola, soy Papá… las palabras de tu abuelo, siguen presentes. Aún desde el adiós bendito son un eco que se hace eco de las mías, o de las tuyas, quizás, allá por el futuro. (Gracias papá…)

Ildefonso Correas Apelanz (20 de enero del 2012)


 

  • Reflexiones finales

Quedan en el tintero, entonces, las reflexiones que el lector se sirva compartir para ampliar las posibilidades del diálogo franco y por medio del mismo construir una nación a imagen de la proyección que deseamos: una Argentina más justa. Abogamos por una sociedad donde las voces de tod@s tengan el mismo valor humano, integradas en el reconocimiento que las diferencias que cada un@ de nosotr@s aportamos al conjunto nos enriquecen a tod@s. Sin duda, forjar una sociedad que nos reconozca y nos integre –sin discriminación– a tod@s debe ser parte de nuestra identidad nacional.

 

Agradecimientos: Quiero hacerle llegar mi gratitud a la Lic. Agostina A. Salman, por sus sugerencias y comentarios a este trabajo. Gracias.

Escribanos a proyectarnacion@gmail.com